5.11.13

Franco, el tirador


Por esas cosas entre amigos, Franco, me debía un gran favor. De los dos, era al único que le prestaban el auto. Nos juntábamos muy de vez en cuando. Lo llame al celular y quedamos en vernos. Nuestro encuentro fue en el parque. Él se presentó vestido de su uniforme habitual de gendarme, con la excusa de que recién salía de su nuevo trabajo. -Está bien, Franco- le susurré-, pero no es muy prudente.

Después de dar unas vueltas en la máquina de sus viejos, Franco me tiró unos kilómetros hasta la casa del escritor. – Esperame aquí-  le dije.  Era la primera vez que le hacía una entrevista a otro que se dedicase a escribir como yo. Admito que me encontraba un poco nervioso. Tomé respiro para tocar el timbre. El viejo me invitó a pasar. Estábamos solos en su living. No vivía con nadie. Rápidamente empezamos a hablar sobre literatura. El escritor me leyó algunos microcuentos inéditos y, por supuesto, su cuento más célebre y recientemente premiado. En otras palabras me lo refregó en la cara. Yo traté de mantener la calma y acaso mi ética periodística. Sabía que tenía en frente al impostor que me había robado el concurso. Pero él, no lo sabía.

Pasaron unos minutos. Le propuse salir al patio para sacarle algunas fotos que acompañasen la nota. Lo ubiqué en un sector y me alejé unos metros. El viejo ya estaba molesto, era un tipo arrogante y solitario, difícil de tratar. Entonces quise hacerlo rápido. Saqué mi teléfono. Y mientras el escritor posaba le mande el mensaje a Franco, que contestó con el tiro de gracia colgado desde un árbol. 

Izurieta




3.11.13

Curriculum Vitae



Señor Director, tengo el agrado de dirigirme a Ud. con el objeto de ofrecer mi asesoramiento en el prestigioso multimedio que tiene a su cargo. Soy Galo Whitman, me conoce, y esta carta no pretende ser una suerte de pedido, ni una ficha detallada con mi frondoso prontuario de experiencias en el campo periodístico, ni menos aún de mi largo trayecto como superhéroe de redacción en mi antiguo trabajo.
Además del peso de los años, todo este último tiempo, he cargado con la convicción de que debía hacerle llegar este mensaje de algún modo, y no se me ocurrió mejor forma que transmitirle mis inquietudes a la antigua usanza, usted sabe; hemos tenido algunos encuentros en aquellas reuniones anuales de la filial, incluso cuando nuestros bandos estaban furiosamente enfrentados, el azar nos permitía intercambiar algunas palabras y, con seguridad, ahora puedo darme cuenta que después de todo compartimos la misma pasión. Debe recordar, a fuerza de neuronas, que yo era de los malos; usted de los superhéroes buenos, y a menudo viceversa. Con esto quiero decir exactamente que los años, al menos para mí, han logrado limar mis asperezas y atar algunos cabos. Espero que coincidamos en este punto.
Ahora bien, los tiempos han cambiado y el ritmo de la noticia diaria está orbitando con demasiada rapidez, y sumado a esto la proliferación de pequeños satélites, con toda pretensión de convertirse en un medio popular que intentan detonar el lugar que, con mucho sacrificio y talento, conservamos. Tal es la situación de alarmante, que puedo sostener esta afirmación con dos importantes argumentos, el primero es, como todos saben, el cierre de la empresa en la que trabajé desde siempre, y segundo, los asiduos errores de redacción que sus nuevos empleados, seguramente por su hambre voraz de primicia o grito desesperado, cometen con total impunidad, y que cualquier ojo entrenado de superhéroe de redacción puede identificar.
Espero que Ud. se permita ver con ojos positivos esta observación mía sobre sus periodistas, un tanto inmaduros en el mágico oficio de escribir. El periodismo ha perdido sus héroes, ya nadie espera la famosa columna del domingo, ni la discusión de diario a diario, o los enfrentamientos populares entre adversarios, ¿Se acuerda?, ¿El café de la Esquina Urquiza? ¿Los empleados administrativos que nos amaban u odiaban en la calle? ¿La expectativa, el olor a impresión, las cartas documento, la fe de las personas? Esos eran tiempos buenos, los tiempos del Gran Galo, con su humor político a rabiar, en el eterno intento de amortiguar sus poderes y sus palabras viscerales, mi Capitán, ¿Se acuerda? Solo pretendo que pueda recordar esos años de esplendor, y considere oportuno incorporarme en su círculo para ayudarlo a entrenar a esos chicos. Tenemos que devolverle el periodismo y la emoción al pueblo, nosotros, antiguos enemigos, que al final de la historia unen sus poderes para combatir un mal todavía mayor, que nos impregna el lomo con estupor y banalidades de las tres de la tarde, éxitos semestrales, videos prohibidos, jugadas sucias, imágenes, mujeres, imágenes, mujeres.
Está bien, lo admito, puede que aspire a un cargo en su empresa, pero creo que es necesaria mi incorporación, la gente está comenzando a mirar con ojos negativos a nuestros medios y particularmente yo, como seguramente usted mi Capitán, no dejamos de mirar, también con ojos negativos, nuestro propio bolsillo.


Atte. El Gran Galo.


Izurieta