13.3.14

La Cita Literaria

La Cita Literaria 


      Había que prepararse y la mejor manera de hacerlo era con la lectura. Entonces me dispuse a conseguir algunos títulos en las bibliotecas de mis allegados. Nunca antes me ocupé de husmear allí; en esos espacios de tomos que me comprimían en una profunda desesperación de procesar toda la información en pocos días. Sin dudas fue un desafío aprender tantos nombres, autores y conceptos en tan poco tiempo. Es que no todos los días se podía conocer a un escritor, y sentía que esa era una oportunidad para tener una charla profunda e inolvidable, y yo era una chica que no pasaba de El Principito.
      Fue entonces que monté todo mi empeño en leer a contrarreloj. Me detuve en ejemplares para entender la literatura universal, también poesía clásica, leí a Whitman, y algunos contemporáneos como Bukowski o Benedetti, pues sabía que de esa manera podría impresionarlo. Alguien me aconsejó leer a Derrida, y así lo intenté. También a Barthes, y mis nervios cobraban múltiples formas al no poder digerir sus conceptos.¿Cómo entender a un escritor? ¿Qué es un poeta? Eran algunas de las preguntas que no dejaban descansar a mi cabeza.
      El día de la cita se acercaba, y de mi chico escritor no tenía casi noticias. Mis amigas me aconsejaban que me relaje, que actúe natural,que no se trataba de un asunto de vida o muerte. Que si él quería tomar un café conmigo es porque ya había visto algo en mí. Pero el asunto de relajarme escapaba de mis planes; él también escapaba de mis planes y los intentos optimistas por retenerlo en mi mapa habrían valido la pena. Por eso seguí firme en la decisión de quemarme las pestañas; de El Aleph a Rayuela; de El Proceso a El Nombre de la Rosa; y así conocí a hombres magníficos como Arlt, Fogwill, Flaubert o Joyce; y mujeres dignas de llevar la bandera de nuestro género, como Wolf, Mistral o la oscura Pizarnik.
      En fin, la noche anterior al encuentro me dormí alrededor de los libros.Ya era capaz de identificar ciertos autores, y detenerme en alguna de sus obras. Me sentía una digna interlocutora para cualquier tipo de interlocutor.  Con esa seguridad a cuestas, esa tarde llegué al bar que acordamos, y me acerqué a donde él me esperaba sentado.
       — ¡Al fin!—dijo él.
       —Esto es el principio— contesté yo.  
       —Por algún lado habría que empezar…— expresó con una sonrisa y sin quitarme sus ojos mientras acomodaba mi abrigo en el respaldo de la silla. — Confieso que antes de venir tuve que prepararme— declaró apoyando los brazos en la mesa después de sentarse.  
       — ¿Y prepararte por qué? Prefiero que actúen naturales conmigo— respondí de inmediato.
       —Es que no todos los días se puede conocer a una persona como vos— lanzó sin perturbarse.
       —¿Ah, sí? ¿Y cómo crees que soy?— me eché a reír.
       — No estoy seguro, pero espero que vos sí.
       —Yo también espero lo mismo.
       —Sin dudas.
       —Te agradezco el cumplido— llegué a decir.
     Y toda la tarde pasamos hablando y riendo sobre nuestras vidas, los programas de televisión, anécdotas de humor, el cine, los amigos, la familia; nos mantuvimos lejos del cerco de la literatura. Casi sentí que tantos días de esfuerzo intelectual no veían la oportunidad para impresionarlo.
Al final de la cita, habiendo pasado un buen rato y disfrutando uno del otro, antes de despedirnos mi chico escritor dijo:
      —Creo que ya sé como sos.
      —¿Estás seguro?— exclamé.
      — Sí, sos oscura como Pizarnik.— bromeó disparándome esas palabras en el pecho y entonces yo tímidamente sonreí.




Izurieta