Estimado vecino:
Le escribo sencillamente porque no me queda
otra alternativa. Le escribo con dificultad. He intentado por otros
medios y no hubo caso. Tampoco respuesta favorable.
Cierto día, mi
suerte se ha transformado en digna de un gato negro, sobre todo en el
intento de cruzar la tapia que nos divide, para no molestarlo. Pero su
pequeño cachorro es tan bravo, tan apellido suyo, que no me atrevo a
treparla más. Pido perdón por mi atrevimiento. No fue mi intención hacer
enojar a su perro.
Quiero que sepa que fueron muchos los
intentos. Desde un lógico tocar el timbre en diferentes momentos del
día, como también de la noche en horarios prudentes. Pero ha sido
inútil. Mis dedos se hicieron callar en la vereda de su casa, tampoco
pueden aplaudir demasiado. Su perro siempre ladra y nadie contesta a la
puerta.
Entiendo, señor Bravo, que vive solo con el animal. En el
barrio poco se lo conoce. Pocos han tenido el placer de intercambiar con
usted unas palabras. He preguntado por alternativas, y nadie supo darme
una solución. Es por eso que le envío esta carta. Una pelota mía cayó
en su patio. Una pelota que es muy importante para mí y su perro al
parecer no lo entiende. Tampoco le resulto amistoso, a pesar de que
nunca lo he provocado. Cosas de perros.
Tengo la seguridad de que
usted, señor Bravo, es un hombre de bien. A lo mejor quien dice también
aficionado al futbol. Me pregunto de qué equipo será. Tal vez
coincidamos en el color de camiseta y en el mejor de los casos, sigamos
al mismo club.
Finalmente, le ruego señor Bravo, que en algún
momento de su día, si no es mucha molestia, pueda lanzar la pelota hacia
mi patio. Con la promesa de que no voy a entrometerme de nuevo en su
terreno, ni enviarle otra carta escrita con tanta dificultad para mí
como esta. Y espero que su lindo perro no vuelva a morderme la mano con
la que escribo.
Atte. Su vecino
Izurieta
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