9.9.13
La casa del cerdito
Nunca nadie se había percatado. La casa de uno de los cerditos era indestructible. Y en el momento de soplar se daban con la sorpresa. Así, durante la historia, fueron muriendo cerdo tras cerdo, devorados por quien se atrevía a ponerle conflicto a la vida cotidiana de los animales. A esos cerditos con casas poco precavidas, más desprotegidas y menos resguardadas.
Es así que los hechos se fueron repitiendo con el paso de los años. Tal vez hubiese sido una metáfora de lo que puede pasar en la realidad, mueren los menos inteligentes. Porque tanto el primer como el segundo cerdito construían sus casas de paja, de barro, adobe, madera, ramas. En cambio, había siempre un tercero que se salvaba de la muerte porque su hogar estaba formado por materiales mucho más resistentes al soplido. La fortuna lo perseguía, o en el mejor de los casos el animalito era quien se aventuraba en su búsqueda.
Los cuentos de la abuela solían ser trágicos, porque en su mayoría, los simpáticos personajes terminaban calcinados en una olla hirviendo, o formando parte de la cena de los amigos del mal. Casi todos los finales eran tristes. No había cerdito que no haya sido presa fácil del lobo.
Mi aversión por los lobos entonces viene de ahí, de los cuentos de la abuela. De los fascículos coleccionables que tiempo después me facilitaron distintas versiones de una misma historia, pero al fin, todas coincidían. Dos cerditos morían y uno quedaba vivo.
Ahora de grande, con la inocencia un tanto quebrantada, pero con mi juicio todavía reluciente, tengo la suerte de conversar con mi abuela. Mucho más avejentada, con menos historias retenidas en su cabeza. Le he preguntado por qué la casa del tercer chanchito era indestructible, y solo me contestó que estaba construida de libros.
Izurieta
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